José y Tomás

Desde hace varios días no dejan de hacerse eco los medios de comunicación el vigésimo quinto año de la desaparición del gran cantaor Camarón de la Isla.
Recuerdo perfectamente cómo empezó el telediario aquel mismo día de la muerte de Camarón. ¿Cómo no recordarlo si mi padre estaba como loco pendiente de la televisión? Si no se podía respirar desde que llegó a casa la noticia. Era la noticia de la que todo el mundo hablaba.
Entonces, le hicieron una entrevista en directo en Canal Sur a El Lebrijano y a Juan Villar. Este último cortó al periodista cuando le preguntó por la relación del genio de la Isla Verde con las drogas. Vaya pregunta más inadecuada en un momento tan duro. Seguro que la habrá recordado muchas veces el periodista en su intimidad, viendo, a posteriori, que la muerte de José nada tenía que ver con ella.
Fue en ese momento cuando empecé a escuchar sistemáticamente a Camarón. Estuve diez años escuchándolo casi en exclusiva a él. Creo que lo escuché todo… bueno, casi todo porque siempre siguen saliendo cosas. Me enamoré de él y del cante. Me hizo descubrir el maravilloso mundo del flamenco. Distinguía palos, estilos, aprendía letras, las memorizaba, las cantaba, las escribía en mis libretas de la época. Marcó una época de mi vida y mi afición al flamenco.
Después, a la pila de años, comencé a escuchar a otros cantaores, aunque siempre los había escuchado sin quitar el protagonismo de José.
Había uno que me fascinó desde el principio. Su eco, la manera de mecer el cante en una voz tan exquisita, tan gitana, tan desgarradora me atraparon para siempre. A día de hoy no ha variado un ápice mis emociones hacia él. Miento. Han variado, pero para más.
Hablo de Tomás Pavón. Cientos de veces lo habré escuchado. Me ha acompañado por las carreteras esas que recorro mientras trabajo. Me he puesto en su piel, he intentado imaginar cómo fue su vida, cómo sería la grabación, dónde escucharía esos cantes, cómo serían sus fiestas, cómo sería hablar con él, cómo cantaba así, si él supiera lo que me gusta, lo que lo admiro. Hasta tal punto llegué que hasta lo plasmé en un relato que algún día publicaré.
Yo no puedo hablar más que de las emociones que me transiten su cante y su voz. Su enigmática figura hace que me sienta atraída por ese hombre misterioso reacio a las multitudes que fue un elegido y que, afortunadamente, tuvo a bien grabar un puñado de cantes para la posteridad, para la afición, para la historia.
Tomás también murió un dos de julio, pero de 1952.
Tomás y José han marcado mi afición. Con los dos muero.
Voy a compartir una entrada de un blog sensacional y magnífico que es el de Manuel Bohórquez «la gazapera». Y también una soleá de Tomás.

 

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http://blogs.elcorreoweb.es/lagazapera/2010/05/23/el-genio-en-su-lampara/