La Huerta de la Borda

Así sin pensar, esta mañana lo hemos vuelto a hacer.

– Prima ¡Vámonos de nuevo a una casa vieja a investigar!- me dijo mi primo Francisco.
– … ¿Y por qué no? Podemos vivir una aventura muy cerca de casa- pensé y le contesté yo- A las doce y media te recojo- le dije entusiasmada por la idea.

Llevo años pasando por la cuesta de René mirando las paredes derrumbosas de la casa que hay en la Huerta de la Borda, que algunos llama la Gorda. Esa casa imponente que el tiempo no es capaz de doblegar pese a las inclemencias meteorológicas y el abandono por parte de quienes un día la levantaron así como de sus descendientes, que ignoro quiénes son.
De pequeña recuerdo que una vez me acerqué al rellano, de pasada y casi a hurtadillas con mis primos. No llegué a entrar y, a pesar del paso de los años, he seguido con el interés de visitarla, como si existiera una extraña atracción. Ha sido hoy.
Nada más llegar nos encontramos con la alberca, grande y dejada a merced de las semillas perdidas y de la basura de visitantes atrevidos e ignorantes: botellas de cerveza, restos de hogueras, sillas de plástico… Entramos en la casa.
Gastando muchísimo cuidado entramos en lo que pensamos que, en otro tiempo, habría sido un salón. Una habitación grande, la más grande de la casa. Aunque después, viendo los arcos y las ruedas de molino dedujimos que podría ser el lugar de tratamiento de cereales. Allí hubo un molino de los muchos que hubieron en Alhaurín de la Torre aunque desconocemos el emplazamiento exacto.
Francisco empezó pronto a sacar sus conclusiones: «Aquí estaban los animales, mira… los bebederos. Pero si te fijas bien esos son más modernos que estos otros ¡Mira! Y ¿esa escalera en el patio a dónde daba? ¿A un granero tal vez? Esas piedras tan bien limadas y redondeadas no han llegado aquí por casualidad. Vaya muro más extenso ¿Por qué será?…» Para ser tan joven llega a conclusiones muy maduras, es muy observador y le encanta la investigación in situ algo que a mí me apasiona ¡Es mi compañero de aventuras!
En otra instancia, mirando a Jabalcuza, estaban las corraletas. Se veía a simple vista los comederos y bebederos en varias instancias que acogerían diferentes animales. Higueras y almencinos se intercalaban entre las paredes de la casa además de un sinfín de piedras caídas, ladrillos rotos, trozos de madera de las vigas y basura de visitantes ingratos hacían que el tránsito fuera realmente complicado, además de temer que cualquier pared o restos del techo cayeran sobre nuestras cabezas. Los grafitis y rayadas en las paredes no podían ocultar las paredes tintadas de azulete, que me ha hecho recordar la casa de mis bisabuelos.  ¡Qué valor hay que tener! Pero… ¡Qué alegría poder dar un paseo por el tiempo e imaginar las vidas de otras personas!

Además de todo esto, hoy hago una reflexión y es que es una pena ver cómo maravillas arquitectónicas que muestran su imponente aspecto décadas después de su construcción se encuentren en estado ruinoso y de abandono. ¡Podríamos aprender tanto de nuestra historia! No sé a quién corresponde, si es una propiedad privada o no, si se puede hacer algo o no… no lo sé, pero lanzo esa reflexión hasta donde pueda llegar.

Y así, con ese pensamiento e invitación a proteger los espacios históricos de nuestro pueblo cierro un nuevo capítulo de las aventuras de Francisco y María por las casas antiguas y suntuosas de Alhaurín de la Torre. Por cierto que antes de venirnos hemos cogido las almencinas que hemos podido algo que los pequeños de hoy no tienen en su conocimiento… Y mira que están buenas ehhh.

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