Dos de julio

Cuando tenía quince años viví intensamente la muerte de Camarón. En mi casa escuchaba a mis padres hablar del tema, llamadas de teléfono, conversaciones en la calle, en los diarios anunciaban tanto la muerte como el traslado del cadáver desde Badalona a La Isla, la hora del entierro, impresiones de artistas de todos los géneros que hablaban de un semidios aún sin creer la noticia, actuaciones televisivas del genio se sucedían en Canal Sur, que le dedicó gran parte del horario ese día a José. El impacto mediático que tuvo su muerte fue muy grande. Era el dos de julio de 1992.

Mi vecina y prima Isabel Rocha estuvo llorando su muerte durante días sin querer salir de su casa, como si de un familiar se tratara. Lo quería y lo quiere como alguien cercano. Su llavero de casa en el que aparecía la imagen de un Camarón joven y guapo la acompañó durante años, no sé qué pasaría con él. Lo cuidaba como si fuera una joya.

La cuestión es que aquel dos de julio marcó un antes y un después en muchas cosas. Al morir Camarón murió el hombre y nació el mito. Personalmente había escuchado cantar a José en discos de vinilo y cassettes en casa, había escuchado conversaciones sobre sus intervenciones en el festival Torre del Cante donde era capaz de aglutinar a miles de personas y callar un recinto que lo veneraba cual si fuera un Dios en la tierra, acompañado de su inseparable Tomatito. Sabía que era alguien muy importante antes de su muerte. Y quizás a partir de ahí comencé a escuchar detenidamente sus discos.

Camarón fue una piedra angular en mi afición al cante. Anteriormente ya había escuchado cantar a Manuel Agujetas, Juan Villar, Perrate, El Lebrijano y otros del momento aunque no había profundizado en distinguir los cantes ni los estilos. Fue con Camarón con quien descubrí el maravilloso mundo del flamenco y de la filosofía. Estuve escuchándolo diez años casi en exclusiva. Escuché todo cuanto había comercializado de él.

Con los años comencé a escuchar a otros cantaores como Paco Toronjo del que me emborraché hasta llorar. A él sí pude verlo en directo precisamente en el patio de mi casa en una final del Concurso de Cante del festival de la peña flamenca. Lo recuerdo sobre el escenario en pie agarrado a una silla y cantando en una noche de entrega al público. Yo estaba con mi madre e Isabel escuchándolo atentamente. Tuve mucha suerte.

Fue con él con el que aprendí a conocer el interminable mundo del fandango. Cada uno con un matiz, con una melodía, con un deje diferente. Me fascinaba ponerme a distinguir los diferentes estilos. De él cuelga un cuadro en las paredes de mi casa y cada vez que escucho su salida por seguiriyas en los fandangos se conmueve mi interior. Impresionante. También murió un dos de julio de 1998.

A Tomás Pavón llegué con unos veintitantos años. Al conocerlo me enamoré de él directamente. ¡Es tan sublime su cante, tan hermosa su voz!. Tiene poderío, elegancia, arte y paladar en el cante, una combinación casi imposible que en él se da. Estamos hablando de un cantaor de la primera mitad del s. XX poco dado a prodigarse en espectáculos flamencos pero que dejó grabaciones históricas (tan sólo grabó veintitrés cantes) que todos los que vinieron atrás han intentado reproducir con mayor o menor éxito. Su debla es la debla. ¿Quién será la niña de Santiago y Doña Mercedes? También murió un dos de julio de 1952.

En los últimos ocho años he escuchado bastante a Antonio el Arenero. Un trianero que  se ganaba la vida sacando arena del Guadalquivir y vendiéndola en Sevilla. Como muchos grandes artistas, dedicó su vida a otras cosas que no fueran el espectáculo pero, ya mayor, lo requirieron para cantar en un homenaje y aportó su conmovedor cante por soleá, de esa de los rincones trianeros que estaban ahí olvidados, como él dice. A partir de ahí fue requerido en peñas flamencas como un portador del sabor auténtico de Triana y también fue llamado a actuar en la peña flamenca Torre del Cante en un recital que los aficionados recuerdan como histórico. ¡Esa me la perdí! Curiosamente, hace poco y conociendo más al artista supe que también murió un dos de julio de 2004.

Cuatro hombres muy importantes en mi vida y mi afición, a los que recurro con frecuencia para que me hagan sentir cosas que están ahí dormidas aunque me desvelen, me duelan por dentro, me desconcierten… también me deleitan con sus cantes. Casualidades de la vida o caprichos del azar todos fallecieron esa fecha maldita para el flamenco: el dos de julio.