Bar Los Amigos

verbena60De pequeña iba a misa de domingo, una costumbre que con los años perdí. De camino hacia la iglesia, cogida de la mano de mi madre subía mi calle, llegaba a la plaza del pueblo y me encaminaba por la calle Málaga hasta llegar a la iglesia de San Sebastián.
Después de la misa había una visita a casa de tito Paco y tita María. Después de subir los tres escalones y de dejar a un lado el surtidor de petróleo del pueblo, nos recibía un señor septuagenario, canoso, grueso, de piel clara, camisa blanca, rebeca y pantalón gris. Era mi tío Paco Donaire. O me lo encontraba detrás del mostrador o sentado junto a la ventana. Normalmente tenía un inhalador a mano. Le costaba respirar. De fondo, una máquina tocadiscos, única en el pueblo y a la que echaban mano los adolescentes enamorados con ganas de conquistar. Los Brincos, Carina o Fórmula Quinta, entre otros, entonaban la canción elegida a cambio de una moneda. Era inevitable quedarse embobada alrededor de la máquina simulando que elegía canciones.
Tenía la costumbre de pedirle azucarillos que venían en terrones de a dos en sobrecitos. Me los metía en la boca y los derretía saboreándolos con pasión. Luego, la conversación entre los adultos hacía que me pusiera a jugar por allí con mi hermano Antonio y demás niños que hubieran por allí.
Pero aquel bar que yo conocí, ya decadente, no era ni un reflejo de lo que en otros tiempos había sido. En los años setenta había sido una sala de fiestas en la que se organizaban conciertos y celebraciones, lo más parecido a una discoteca que se empezaron a poner de moda en la época y que sería la primera de Alhaurín.
Una amplia sala con barra a la derecha, escenario al fondo y pozo en el centro (las cosas de las casas antiguas) constituían la discoteca. A la entrada se sentaba una mujer que con un vistazo traspasaba a quienes sacaban las entradas. Era la tita María, tratante, buscavida y trabajadora.
Cualquiera que pasara la juventud en aquellos años tiene anécdotas y recuerdos del bar Los Amigos. Los jóvenes no dejaban de bailar al son de la música de los grupos, se daban cita hasta abarrotar la sala y no fueron pocos los noviazgos que surgieron allí, siempre bajo la supervisión de la guardia de seguridad que se encargaba de que no se escapara ningún beso entre los jóvenes bailarines, motivo de expulsión de la sala. Esa guardia de seguridad no era otra que la tita María, encargada también dar el visto bueno para entrar a la discoteca. El que no le gustaba o desconocía lo dejaba fuera. Era la que controlaba el percal.
Son muchas las historias que se pueden contar de ese negocio, pionero y único en un Alhaurín que se abría a las modernuras, a la música pop, a los bailes, a las discotecas. En reconocimiento a ese negocio así como el resto que emprendió la pareja de forma decidida como la venta de carbón, de petróleo, de cántaros y lebrillos, bar y discoteca a sus dueños ya fallecidos, Paco Donaire y María Cruz, el hoy alcalde de Alhaurín de la Torre hizo entrega en la Verbena de los Sesenta, a propuesta de los organizadores del evento, a sus hijos Pedro y Pepa (Rafael no pudo acudir) de una placa que deja constancia de lo que un día fue uno de los negocios más populares y queridos: el bar Los Amigos.

Conferencia de Gonzalo Rojo

Con un minuto de silencio en señal de duelo por la matanza en París comenzó la conferencia que el pasado sábado se celebró en la peña flamenca “Torre del Cante”. El presidente, Ildefonso Espínola, dio paso seguidamente al conferenciante Gonzalo Rojo, al cantaor Antonio de Canillas y al guitarrista Gabriel Cabrera que se encargarían durante dos horas de ilustrarnos y adentrarnos en el maravilloso mundo del flamenco y sus cantes.
Da gusto escuchar a Gonzalo Rojo. Con su profundo conocimiento sobre la historia de nuestro arte más universal, su buen uso del lenguaje aderezado con las anécdotas vividas en primera persona que nos transportaban a una época extinta de grandes artistas y fiestas nos fuimos a la parte de Cádiz, ese rincón señero y luminoso donde derraman el arte y la sal. Por alegrías en la voz del maestro octogenario y decano de los cantaores malagueños, Antonio de Canillas que iba acompañado de la elegante guitarra de Gabriel Cabrera comenzó la conferencia.
De ahí pasamos a las cantiñas, al mirabrás y a los caracoles. Diferenciando bien sus matices, sus motivos, sus orígenes bien plasmados en las letras, el toque personal del cantaor así como el toque de guitarra que también pueden indicar a diferenciar los cantes. En Cádiz estuvimos un buen rato, no lo suficiente como para conocer al detalle la grandeza de los intríngulis de la cantiña por su riqueza y extensión.
Nos fuimos a la parte del Levante español, concretamente a la zona minera que es donde nacen los cantes que reciben ese nombre: tarantos, tarantas, murcianas, cartageneras sonaron en las paredes de la peña con un silencio que servía como muestra de la atención con la que los allí congregados se dejaban llevar por las palabras del socio de honor y presentador del festival flamenco de nuestro pueblo, uno de los flamencólogos más afamados y reconocidos, Gonzalo Rojo.
En la figura de Gabriel Vargas Soto “el cojo de Málaga” sirvió para conocer no sólo los cantes mineros sino también la influencia que este malagueño dejó en la zona levantina imponiendo su sello personal a los cantes, una figura no muy conocida y mucho menos reconocida, a quien hace justicia Gonzalo con la publicación de un libro sobre su vida y obra.
Finalizó la conferencia con un cante de esos que se les da de maravilla al decano cantaor Antonio de Canillas: los cantes del Piyayo. Con esa gracia que tienen sus letras, una de ellas escrita por el propio cantaor, y cantada la coda en grupo por el público allí presente concluyó la interesantísima conferencia que bien podría tener continuación.