Hoy es el cumpleaños de la campeona y, en forma de presente, publico esta entrada. Como tiene para tanto este alhaurina hay que ir espaciándolo en capítulos. Vamos con el de las aventuras aeroportuarias.
Después de esperar para embarcar en un vuelo, el responsable de la expedición paralímpica en London sospecha que están en el lugar inadecuado y que en tan sólo cuarenta y cinco minutos partía para Barajas. Apresuradamente, se trasladaron hasta el otro extremo del gigantesco aeropuerto con las maletas a cuestas y a la carrera. Una vez llegaron a la puerta de embarque que buscaban descasaron aliviados. Pasaron diez minutos, quince, veinte… hasta que empezaron a sospechar de que había alguna confusión pues la puerta estaba cerrada y no llegaba nadie para coger el vuelo. Se dieron cuenta de que estaban equivocados y que la puerta de embarque que habían dejado atrás era la que debían buscar de nuevo y, a toda prisa, volaban para allá.
Por supuesto no tenían tiempo y el vuelo se fue sin ellos. Si Carmen estaba angustiada corriendo hacia la puerta de embarque errónea, cabreada estaba cuando lo hizo en dirección contraria al pensar que en su Málaga natal la estaban esperando con entusiasmo un buen grupo de familiares y seguidores y que, de nuevo, este señor los metía en una historia que se repetía cuando iban de viaje. Total, que una vez llegaron el dichoso responsable de la expedición se puso en contacto con una chica que hablaba en español narrándole los sucedido. La chica, muy amable, les indicó que aquella compañía aeronaútica tenía convenios que contemplaban la reubicación en otros vuelos.
Carmen volvió a inspirar profundamente cuando escuchó que aún había solución para tamaña metedura de pata. De pensar que por culpa de este señor perdiera el vuelo y con él el baño de multitudes que le esperaba en Málaga… la hacía rabiar. No quería dejar plantados a tantos seguidores en su tierra. Rabia que contenía pacientemente, por el momento.
Pero, al instante, observó algo que la enervó hasta tal punto que la hizo hablar. Resulta que el dichoso señor tuvo la delicadeza de mostrar su billete antes que el de las personas a las que había hecho perder el avión. Al parecer tenía prisa por llegar a su destino, pensaría quizás que los demás no. Pero ahí saltó Carmen haciéndose oir con una serenidad y firmeza que haria temblar al más fuerte: «Mira, fulanito, este no es el primer avión que pierdo siguiendo tus pasos y, además veo que presentas tu billete antes que los nuestros. Yo no suelo hablar pero hoy te voy a decir algo: como a las doce de la noche yo no esté en el aeropuerto Pablo Ruiz Picasso… aquí arde Troya».
El hombre titubeó sin disimulo al escuchar la advertencia de Carmen. Sabía que no hablaba nunca, que era callada pero contundente y, lo que era peor, sabía que tenía razón. Además de haberles adelantado cinco días el viaje de vuelta privándolos de concluir su estancia hasta la clausura de los Juegos con una medalla de oro colgada al cuello les había hecho perder el avión. Y no era la primera vez que esto ocurría por su culpa. Así que invitó a la chica que los atendía a que se apresurara a recolocar a Carmen en el proximo vuelo a Málaga como fuera.
Y así fue. Carmen llegó a la hora justa al aeropuerto Pablo Ruiz Picasso. La recibió su primo Paco en la puerta del avión y la acompañó hasta la terminal. Lo que no sabía ella era que justo allí la estaban esperando unas doscientas personas entre autoridades, familiares, amigos y charanga y que la fiesta duraría horas. Un recibimiento de lujo para una campeona de lujo.